Friday, October 21, 2016

HOMENAJE A JULIANA GONZALEZ


Juliana González, un humanismo del siglo XXI

(Homenaje en el 80 aniversario)
10 octubre de 2016

Alberto Constante


El pensamiento contemporáneo nos reservó la sorpresa de un radical antihumanismo: Foucault ya alertaba sobre la muerte del hombre, equivalente preciso de la muerte de Dios anunciada por Nietzsche. Hoy, “el desierto crece…”.
Ese dios único muerto y los otros dioses huidos han hecho de nuestro mundo algo expectante y en cierta medida tremendo. La ausencia de los dioses se realiza como una indeterminada presencia en la que nuestra soledad se muestra como total, y nada nos salva. Este singular vacío no permanece tranquilo, más bien nos deja despojados, desprovistos: silencio dotado de palabra y aun de palabra esencial. Este nihilismo nos deja en una situación de desorientación que aparece una vez que fracasan las referencias tradicionales, o sea, los ideas y los valores que representaban la respuesta al “¿para qué?”, y que como tales iluminaban el actuar del hombre. 
La modernidad y el humanismo jugaron un papel muy importante en la conformación de lo que somos. La cultura representó, a qué dudarlo, la nobleza del espíritu, el orden de las aspiraciones más altas propias del alma humana, esencialmente atraída por la dimensión de la interioridad y la profundidad, es decir, por el estridente canto de la vida, con sus flagrantes contradicciones, por su rebosante, e insondable riqueza. La modernidad fue la fuerza que subyugó al mundo occidental con el mito del progreso, y el desarrollo inconmensurable de la economía, de la técnica. Sin duda, todo el pensamiento moderno, de Bacon a Habermas, es una exaltación del poder, un esfuerzo para hacer el mundo, concluirlo y dominarlo. En el llamado proyecto de la modernidad el hombre asoma como una gran potencia soberana, a la medida del universo y, merced al desarrollo de la ciencia, al conocimiento de los recursos desconocidos que están en él, capaz de hacer de todo y de hacer el todo.
Y no obstante, hoy nadie se puede llamar a engaño cuando sabemos que la instauración del hombre en el campo del saber, a la vez como sujeto y objeto de conocimiento, fue posible a partir de un modo específico de sujeción y de dominio, diría más bien que de borramiento de todo aquello que constituyó el esfuerzo de los maestros pensadores por cavilar acerca de lo que es el hombre. Que la instauración de su centralidad en el horizonte de comprensión de la famosa “humanitas” implicó un imperativo que abrumó el pensamiento desde lo profundo, bajo el signo de una moral, de una política y finalmente de una praxis, es decir, el imperativo de hacerse cargo del destino occidental y el compromiso de cumplir y consumar la tarea de funcionario de la historia fueron acaso las máximas con las que se recubrió el pensamiento y la praxis humanas.
A causa de este imperativo todo saber es a la vez conocimiento y alteración, cálculo y mutación del modo de ser de aquello que se conoce. En efecto, a partir de la disposición de la analítica de la finitud, todo el saber sobre el hombre busca como apuntó Foucault, “pensar lo impensado”, “tomar conciencia”, “elucidar lo silencioso”, “reanimar lo inerte”, pero igual, iluminar las zonas oscuras, dejar en claro que siempre estamos ante la luz de la razón e igual, constatar que somos dignos herederos del “sapere aude” kantiano.
En algún lado Foucault afirmó que el humanismo moderno, tal y como lo conocemos, está encadenado a la sociedad de disciplinarización y de normalización, e incluso diríamos nosotros con Byun Chul Han, a la “sociedad del cansancio”. Foucault escribiría tiempo después que “El humanismo es lo que ha inventado paso a paso estas soberanías sometidas que son: el alma (soberana sobre el cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden del juicio, sometida al orden de la verdad), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza o a las reglas de la sociedad), la libertad fundamental (interiormente soberana, exteriormente consentidora y “adaptada a su destino”)”.[1]
Ese “humanismo” que ha dominado el horizonte filosófico llegó a significar un antropocentrismo. Antropocentrismo que, paradójicamente, estaría sometido al dictum de Nietzsche: “Dios ha muerto”. Es un hecho que las derivas de la muerte de Dios fueron íntimamente ligadas al problema de la crisis del humanismo, dado que el humanismo con la pérdida de Dios "no puede ya resolverse en una apelación a un fundamento trascendente".[2] Las consecuencias las replicaba Nietzsche en tanto que, como escribió, una vez muerto Dios los valores entrarían en crisis y por lo tanto el humanismo se resquebrajaría.[3] Foucault, radical, escribió ante este espectro: “Es posible que la Antropología constituya la disposición fundamental que ha ordenado y conducido el pensamiento filosófico desde Kant hasta nosotros. Esta disposición es esencial ya que forma parte de nuestra historia; pero está en vías de disociarse ante nuestros ojos puesto que comenzamos a reconocer, a denunciar de un modo crítico, a la vez el olvido de la apertura que la hizo posible y el obstáculo testarudo que se opone obstinadamente a un pensamiento próximo”.[4]
Heidegger ha señalado que el humanismo es la concepción filosófica del hombre que explica y valora al ente en su totalidad desde el hombre y para el hombre. Aquí, el hombre coloca su vida como subjetividad en el centro de los entes y entonces el ente vale como ente sólo y en tanto refiere a una vida, es decir, como incitación del vivir y como vivencia. Así, “mundo como imagen”, “concepción del mundo”, “ideologías”, son una exclusividad del subjetivismo moderno. La subjetividad puede modularse entonces en múltiples formas: como yo, como tú, como ser racional, como nación, como pueblo, como dueño y señor del planeta. En el fondo todas estas nociones no son sino variaciones sobre un mismo tema: la subjetividad; incluso la lucha contra el individualismo, en favor del sentido comunitario que parte del supuesto de que el hombre como sujeto sigue siendo el fundamento y la meta de todo obrar. La subjetividad ha alcanzado su ápice en nuestro tiempo con el imperialismo planetario por el que el hombre, organizado técnicamente, se apresta a la organización uniforme de la tierra.
 “El humanismo está, hoy por hoy, en el centro de una profunda alteración o subversión de la cultura. En este siglo, desde la filosofía hasta el teatro, desde la música hasta la etnología, el humanismo ha sido puesto en cuestión. (El) ‘Humanismo’ no parece del todo ser el antídoto contra la cosificación del hombre, no aparece más como aquello que podría contrarrestar las lacras del progreso técnico, o compensar su unidimensionalidad, sino, muy por el contrario, el presupuesto y la condición de toda “deshumanización».[5]
Habría que recordar aquella meditación que Horkheimer llevó a cabo acerca de los "conceptos deshonrados", como “humanidad” y “humanismo”, nociones que habían dejado de ser pronunciadas porque fueron agotadas de contenido por la peor práctica del capitalismo que las hizo servir como tapadera durante siglos. Ante eso, Horkheimer se preguntaba: «¿Hay que abandonar el viejo humanismo, de raíz renacentista e ilustrada, por el hecho de que la palabra "humanismo" ha sido deshonrada? ¿No ha ocurrido eso mismo con todos los grandes conceptos de nuestra cultura? Más en general: ¿se puede todavía defender el humanismo después del Holocausto? Y no sólo del Holocausto sino del sinnúmero de guerras declaradas o no que se han sucedido ¿No será una mera ilusión o un juego perverso del lenguaje pensar todavía que existe algo así como la "humanidad" en la época de la deshumanización y de la inhumanidad generalizadas?»[6]
Estoy persuadido de que Juliana González como el filósofo de la escuela de Frankfurt haría un gesto de afirmación y de defensa porque ella es una mujer exageradamente moderna. Su obra cumple con creces los imperativos de la modernidad: está amparada bajo el signo de una moral, pero igual de una política y finalmente de una praxis. Su trabajo filosófico está ligado a una fe inquebrantable en el ser humano, a sus posibilidades, a la comprensión del desarrollo de su propio ser en la historia, a su capacidad de transformación, pero sobre todo, en su “dignidad”, “Y la dignidad ha de entenderse en sus dos sentidos principales: -nos dice Juliana González- el ontológico, que es como la conciben los renacentistas, particularmente Pico della Mirándola, es decir, como inherente al ser del hombre; y en el sentido ético, propio de la modernidad, en especial en su significación kantiana, donde la dignidad conlleva la nota esencial de la autonomía, así como de la condición de fin en sí mismo, nunca medio, que define al hombre”.[7]
En el siglo XXI, el respeto a la dignidad humana, la profunda creencia en la necesidad de preservar la diversidad cultural son elementos esenciales de este nuevo y viejo humanismo; ellos forman la urdimbre del sostenimiento de la comprensión humana en un mundo globalizado; diría que ellos son los componentes vitales de un humanismo renovado, descentrado, donde el respeto y dignidad no es sólo la del hombre sino de la vida toda. La Dra. González en Genoma humano ha asumido en su crítica a Sloterdijk que “el humanismo llega a su fin porque se reconoce su fracaso total y se otorga a la tecnología genética la empresa de domesticar al hombre”,[8] pero agrega con singular agudeza: “La cuestión entonces, es saber cuáles son los parámetros, los criterios éticos con los que habría de llevar a cabo el relevo”, porque la cuestión de resolver “genéticamente cuanto corresponde a la ética y al humanismo”, suprimiría “la naturaleza ética e histórica del hombre”.[9] No hay seducción de la genética al pensamiento, pues tácitamente Juliana González sabe que no sólo se eliminaría la humanidad misma del hombre sino que con ello estaríamos justo en el ápice del humanismo que ha producido el antihumanismo como un efecto de un organismo moralmente enfermo.
Juliana González sabe aquello que Lacan decía “Nos cuesta hacernos una idea de lo que sucedió cada vez que hubo una revisión del discurso sobre el hombre, porque lo propio de cada una de dichas revisiones siempre se amortigua con el transcurso del tiempo, se atenúa, de forma tal que hoy en día, y siempre fue así, la palabra humanismo es una bolsa donde silenciosamente se pudren, amontonados unos sobre otros, los cadáveres de esos sucesivos brotes de un punto de vista revolucionario sobre el hombre”.[10]
No se trata de acumular cadáveres, sino de una nueva comprensión de lo que es lo humano frente a una realidad que ha dejado de ser el Jardín de las delicias de un hombre conquistador y central, del sujeto fuerte y racional. Porque este papel siempre está ahí, decidiéndose si no se le ataja. Desde los tremendos desequilibrios ecológicos y las profundas cuestiones éticas que plantean las nuevas tecnologías digitales, biomédicas, genéticas, o las crisis económicas y políticas que establecen contradicciones planetarias todo está solicitando respuestas concertadas, dialogadas. Estamos frente al desafío de un nuevo humanismo que germina hoy y que debe asistirnos para los nuevos retos, las nuevas emergencias políticas, económicas y sociales sobre problemas que afectan al mundo entero.
Cuando escribo que Juliana González es exageradamente moderna me refiero a que en la obra de esta pensadora es preciso comprender su distintivo humanismo como una operación crítica que permanentemente está abriendo las puertas de la investigación ética, que acentúa su praxis moral y hace de ese eslabón la piedra de toque de su crítica, de eso que podríamos llamar el “descentramiento del hombre”, un desplazamiento que permite ver y actuar frente todo aquello que visibiliza al mundo todo. Efectivamente, para Juliana González no hay sujeto constituyente pero sí sujeto constituido, entre otras cosas, por prácticas de libertad que lo configuran en sujeto moral. De esta manera, Juliana trastorna el léxico consabido de la filosofía, al presentar la ética en clara contraposición a una particular forma de concebir ese humanismo que hace del hombre un sujeto trascendental y un autolegislador universal. En otros términos, nuestra pensadora perturba toda un estilo de pensamiento cuando sustenta que la crítica teórica y práctica de un humanismo viable es la condición de posibilidad de la formulación de una ética que no solo se ocupe del hombre sino de la vida en su totalidad. Se trata de un proyecto intrépido para objetar cualquier pensamiento que pretenda realizar una esquematización simple y superficial en donde “la realidad ética […] es obra del "esfuerzo" y la "lucha", del "empeño" y la "acción" constantes y voluntariamente asumidos”.[11] Puesto que, para nuestra filósofa “[…] la ética resulta inconcebible sin el "humanismo". No hay manera de separar la misión ética y la humanística; ese humanismo que precisamente en nuestro tiempo requiere una nueva y firme fundamentación”.[12]
Esta será una idea que se repita a lo largo de otras obras como El ethos, destino del hombre y El poder de Eros. Fundamentos y valores de ética y bioética. En estas obras Juliana vuelve a desplazar la posición del hombre pues lo que propone es la fundamentación humanista de la ética reconociendo en la tradición del humanismo una implícita ontología del hombre capaz de dar razón de su condición ética y axiológica. La ética de la que nos habla Juliana González no va más allá del humanismo sino que recoge lo mejor de éste, en la medida en que arranca de los peligros de una comprensión antropológica del mismo. En ese sentido, la ética es la superación de una vieja concepción del humanismo, y es esa apuesta la que recorre de un extremo al otro el pensamiento de nuestra filósofa. La búsqueda permanente de aquello que nos permitiría sobrepasar el límite de la negatividad radical.
Quiero aclarar que fue a partir de El héroe en el alma. Tres ensayos sobre Nietzsche que el pensamiento de Juliana González dio un viraje hacia la destitución del hombre como sujeto fuerte, central, dominador al entrar al fin de los grandes sistemas filosóficos que buscaban una comprensión totalizadora del mundo. Porque nada más claro que justo en su libro El poder de eros. Fundamentos y valores de ética y bioética, donde con enorme discreción critica el uso exclusivo de la razón, y considera que no hay explicación racional absoluta del mundo. Aquí Juliana González rechaza cualquier sistematización que trate de englobar una totalidad. En esto Juliana es como Baudrillard cuando escribió con singular agudeza que “El humanismo tradicional, es decir, el de la Ilustración, estaba basado en las cualidades del hombre, en sus dones y virtudes naturales: en su esencia, que iba a la par con su derecho de libertad y con el ejercicio de esa libertad. El humanismo contemporáneo, en su versión ampliada, está afiliado cada vez más a la conservación del individuo y de la humanidad como una entidad genéticamente definida. Cuando se consideran los Derechos del Hombre, ya no encontramos un ser moral o soberano, sino por el contrario las prerrogativas de una especie amenazada. Entonces estos derechos se tornan problemáticos, porque plantean la cuestión de los derechos de otras especies […] de la naturaleza misma... en contraste con los que la naturaleza humana tiene que definirse a sí misma”.[13]
Fundamentos y valores de ética y bioética; Genoma humano y dignidad humana son dos de sus obras fundamentales que pautan derivas de un humanismo de otro linaje. Una historia singular que a través de la bioética y de la genética en la que Juliana González ha escalado y actualizado nuevas líneas y diagramas creativos de otro humanismo, uno que permite la aparición del acontecimiento, que hace posible a su vez la capacidad de devenir uno mismo, de modo tal crea las condiciones necesarias para que se abra a la subjetividad propia la posibilidad de una relación dinámica con la otredad. Ningún rastro de personalismo o subjetivismo se halla en el pensamiento de Juliana González: “¿Tiene el hombre alguna excelencia, ‘superioridad’ o dignidad, que emane de la realidad biológica de su genoma? ¿Cuáles son las amenazas a la dignidad humana provenientes de la manipulación genética? ¿Hasta dónde llega ésta? ¿En qué razones filosóficas y ontológicas se fundamenta hoy la dignidad humana?”[14] Para ella, el otro y “lo otro” no son sino la “expresión de un mundo posible”. Tanto el yo como el otro no son más que estructuras móviles, rizomas actualizados y formalizados, el primero como subjetividad y el segundo como expresión de un mundo posible.
¿Qué entendemos entonces por humanismo en  la Dra. González? En el mismo sentido que Max Horkheimer hubiera escrito acerca de la palabra humanismo: “hay que distinguir entre la insatisfacción que produce el uso pervertido de la palabra y la tentación de rechazar el concepto "humanismo”,[15] hoy ya no se trata de la centralidad del hombre, ni de si es el sujeto fuerte o no, sino antes bien, de rescatar su “dignidad”. La filósofa ha escrito en De la materia a la vida y de la vida a la libertad: “¿Tiene aún el hombre alguna ‘grandeza’, algún motivo de orgullo y distinción en este planeta para el cual, día a día, él mismo  hace algo para su destrucción?”.[16] La pregunta atañe a la posibilidad de la vida toda, y en concreto a la del hombre, pero sobre todo, de su estar en el mundo en medio de un planeta asediado por múltiples fuerzas que se encaminan a su destrucción. La vida toda es ahora la preocupación profunda del humanismo creador y del quehacer de una humanista del siglo XXI: Juliana González.



[1] Michel Foucault, Microfísica del poder, Edición y traducción de Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría, ed., cit., pp. 34-35.
[2] Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona, p. 32.
[3] Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona, p. 33.
[4] Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, trad. E. C. Frost, México, 1968. Citado en Sergio Espinosa Proa, El “humanismo” en el “fin de la modernidad”, en http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/espinosa.pdf visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.
[5] Sergio Espinosa Proa, El “humanismo” en el “fin de la modernidad”, en http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/espinosa.pdf, visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.
[6] Francisco Fernández Buey, “La ética en el siglo XX”, en http://ideasapiens.blogsmedia.com/filosofia.sxx/eticaypolitica/cursoeticafpolitica%20s.xx%20tema6.htm visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.
[7] Juliana González, Genoma humano y dignidad humana, Ed., Anthropos/Fac., de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2005, p. 10.
[8] Juliana González, Genoma humano y dignidad humana, Ed., Anthropos/Fac., de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2005, p. 205.
[9] Ibídem, p. 206.
[10] Jacques Lacan, Seminario 2,  El yo en la teoría de Freud, p. 97.
[11] Juliana González, Ética y Libertad, p. 13, en http://media.wix.com/ugd/b8592c_37693aaf30024f1ea28c788ad5855d40.pdf visto por última vez el 1 de octubre de 2016.
[12] Ibídem, p. 30, http://media.wix.com/ugd/b8592c_37693aaf30024f1ea28c788ad5855d40.pdf visto por última vez el 1 de octubre de 2016.

[13] Jean Baudrillard, La ilusión vital, Traducido por Alberto Jiménez Rioja, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, passim.
[14] Juliana González, Genoma humano y dignidad humana, Ed., Anthropos/Fac., de Filosofía y Letras de la UNAM, México, 2005, p. 67.
[15] Francisco Fernández Buey, “La ética en el siglo XX”, en http://ideasapiens.blogsmedia.com/filosofia.sxx/eticaypolitica/cursoeticafpolitica%20s.xx%20tema6.htm visto por última vez el 25 de septiembre de 2016.


[16] Juliana González, De la materia a la vida y de la vida a la libertad, en http://media.wix.com/ugd/b8592c_f3793e088aad43ba9fc857cc19e9366a.pdf  visto por última vez el 1 de octubre de 2016

Elogio a la pereza, “El gran Lebowski”

Elogio a la pereza, “El gran Lebowski”

Alberto Constante

No existe pasión más poderosa
que la pasión de la pereza.
Samuel Beckett



Hay, en la literatura deleuzeana, una frase que me llena de asombro y, al final, me desborda de alarma: “El hombre ya no es el hombre encerrado de sociedades disciplinarias, sino el hombre endeudado de sociedades de control”.[1] Recordé pasajes enteros de la concepción foucaultiana sobre la disciplinarización en las sociedades, en donde los sujetos implicados quedan apresados a los procesos binarios de cognición y que su forma de subjetivación estaría instaurada por la vigilancia y la disciplina. Una subjetividad disciplinada y sometida en la que los sujetos se subordinan y producen relaciones de verdad y normalidad hacia sí mismos.[2]  
Leyendo un artículo de Viviane Bagiotto, recordé igual que Deleuze llevó más lejos este problema de la subjetividad-sujetada arguyendo que el capitalismo tardío atribuyó un cambio que se fue operando lentamente de la sociedad disciplinaria hacia la sociedad de control.[3] En ella el afuera es algo anómalo, superfluo, obsoleto. “Las diferencias individuales cohabitan en el espacio del dentro y los individuos se regulan unos a los otros por lo que desean y por su propia fuerza de producción de sí mismos, lo que apalanca el consumo y pone la sumisión en el orden del deseo”. [4] Maurizio Lazzarato, haciéndose cargo de la dicho por Deleuze ha manifestado que
“El sujeto queda tomado por la deuda. Toda su vida va a estar condicionada por la deuda. Si usted tiene una deuda de 30 años, las condiciones y los límites de su vida van a estar organizados por ese crédito (…) Un crédito es una promesa: yo voy a pagar. Durante diez, veinte años voy a pagar este crédito. ¿Cómo se puede asegurar que el crédito sea respetado todo este tiempo? A nivel legal pero también a nivel subjetivo se construyen mecanismos para garantizar que la promesa se cumpla”.[5]
        
La deuda es una amenaza a la libertad ya que su función es regular la vida, normalizarla, homogeneizarla, domesticarla, controlarla. Detrás de ella hay una moral disciplinaria de castigo, de una culpabilidad de estirpe cristiana y la promesa es el orden que se inscribe en el corazón mismo de la subjetividad:
“[…] la deuda construye un hombre que puede prometer, y puede prometer en tanto construye una memoria: yo voy a pagar porque recuerdo mi deuda. La deuda, la promesa, se han marcado en el cuerpo del individuo, como la libra de carne de El mercader de Venecia. Lo que me interesa destacar es que un individuo es al mismo tiempo trabajador, consumidor y deudor. La misma persona está presa en distintas relaciones de poder”.[6]

La deuda, el consumo, el crédito y la promesa, son como algoritmos que se unen para detectar, definir y, en su caso, excluir a quién trabaja y a quién no, quién está en el mundo productivo y consume y se endeuda y quien se abstrae de este ciclo vital. La economía nos ha querido persuadir de que la productividad depende únicamente del tiempo de trabajo y del consumo.[7] Todo tiene que estar en actividad, en movimiento, aunado al síndrome de la rapidez, justo donde nada permanece, la velocidad es uno de sus motores por lo que el que no está constantemente trabajando no sirve para nada y debe excluirse. El problema es que en este mundo, parece ser que lo que se excluye no es tanto al hombre sino a su tiempo de ocio, de pereza, pues incluso en él se ha enajenado tanto que ese tiempo tiene que ser dedicado a cuestiones productivas; uno creería que la subjetividad moderna no puede ser avasallada únicamente por el trabajo, puesto que sabemos que tenemos vacaciones, en donde el reposo siempre es muy agitado pero muy instructivo,[8] y su temporalidad acotada a los “viajes a las ciudades de provincia, al mar, al extranjero” y en donde sus ocupaciones están codificadas para conformar al “buen trabajador”. Ante esto, ¿me pregunto si alguien podría no hacer nada, literalmente nada?
Hay un ensayo que Bertrand Russell publicó en 1932, Elogio de la ociosidad, ahí el filósofo planteaba una situación alegórica sobre el que un obrero pudiera hacer en ocho horas todos los alfileres que requiriera el mundo y que por medio del invento de un máquina él pudiera fabricar el doble de alfileres con el mismo trabajo, “En un mundo sensato”, decía Russell, “todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes”: el empresario seguiría teniendo el mismo beneficio y los alfileres costarían lo mismo. Pero en el mundo real esto es falso, puesto que lo prescindible en épocas de crisis son los trabajadores y con ello se multiplica la plusvalía. Hoy sabemos que la inmensa mayoría de los bienes y servicios se están produciendo sin trabajadores. Con esto, la economía, como dice Bauman, se trueca en una gran máquina de fabricar “desperdicios humanos” que no tienen ningún papel útil que desempeñar y que igual no poseen ninguna oportunidad de ganarse la vida.[9]
“Este es el paisaje social que se presintió en los años 90, cuando comenzó a hablarse del reparto del trabajo y de la civilización del ocio. Se nos anunció el advenimiento de la felicidad: la revolución tecnológica copernicana que se estaba produciendo permitiría que los seres humanos dejarán por fin de ganarse el pan con el sudor de su frente y se dedicaran a su familia, a sus aficiones y a sus placeres. Qué lejanos e irreales nos parecen ahora aquellos tiempos. Hoy se nos pide que trabajemos más horas —por menos dinero—, que agrupemos las fiestas para no distraernos, que nos jubilemos más tarde e incluso que no nos enfermemos si queremos cobrar nuestro salario. Ya no se habla de la civilización del ocio, sino de la cultura del esfuerzo”.[10]

La película “El gran Lebowski”, de Joel y Ethan Coen, esteralizada por Jeff Bridges y John Goodman ejemplifica con acidez todos los momentos en los que “The Dude” Lebowski al ser confundido por un millonario con el mismo apellido: Lebowski se nos muestra como un ser que está siempre en y a los márgenes del mundo de los negocios, de la productividad, de la representación de un papel que en cada caso es como la muestra de estar cumpliendo con el rol de persona decente, productiva, centrada, y consumidora. Pero The Dude es el antihéroe moderno, nada lo mueve al deseo, de hecho pareciera que nada ha podido construir sus objetos de deseo.
Es curioso que El New York Times señaló que la actuación de Jeff Bridges representaba a “un personaje que camina arrastrando los pies con indiferente gracia y una aparente desconexión con la realidad, interpretado con magnífica y cómica facilidad".[11] El periodista vio con agudeza lo que personificó Bridges en la película. Yo, les confieso que no encontré nada de cómico, de hecho casi nunca me reí, incluso me molestó esa molicie con la que vive y actúa todo el tiempo The Dude. La falta de un nombre, o la aceptación pasmosa de su sobrenombre fue otro factor que me incomodó profundamente. Hoy estoy convencido que lo que logró perturbarme fue esa crítica implícita a la productividad, el consumo y la deuda, es decir, la detracción a la trilogía de la modernidad, a su fantasma, a su promesa y a su monstruosidad. Lo que vi fue una película desconcertante en donde el protagonista es la imagen viva del antihéroe moderno, el antihéroe del neocapitalismo, el antihéroe de la productividad, el consumo y la deuda del mundo. The Dude, ese nombre sin nombre, es un imposible pues poco o nada le importa el trabajo, su presencia física, su forma de estar y de cohabitar con el mundo. Rechaza la ambición, la posición social, las buenas maneras, el reclamo moral de la sociedad, y en él triunfa no el ocio sino la pereza. Es un desempleado, y eso lo dice sin vergüenza, pero igual tampoco con orgullo. Pensaría que es un estoico del siglo XX, y por ello, un antihéroe, eso que nadie quiere ser. Está cerrado para el deseo.
         Cuando vi la película de los hermanos Coen, me pregunté nuevamente primero por el ocio, luego por la pereza. Porque el ocio siempre está en relación al tiempo de trabajo y, como dice Lazzarato, a la deuda. El ocio está deslumbrantemente vertido a los dispositivos de poder, mientras que la pereza es una forma de rebelión que irrumpe brutalmente en el espacio de la deuda. The Dude no tiene un empleo, no posee un auto moderno o medianamente bueno, incluso cuando se lo queman es capaz de decir “por fin alguien se hizo responsable de él”. The Dude no “disfruta” de los “beneficios” de poseer una tarjeta de crédito. Estoy persuadido que si se hubiera filmado en esta época, The Dude tendría un teléfono de esos que se regalan en las cajitas de cereales.
¿Quién nos iba a decir, andando el tiempo, que lo que prevalecería por sobre todas las cosas sería lo que Deleuze vio sorprendido: el “Imponer el modelo de trabajo a cualquier actividad, traducir cualquier acto en trabajo posible o virtual, disciplinar la acción libre, o bien (lo que viene a ser lo mismo) rechazarla del lado del ocio, que solamente existe respecto del trabajo.”[12] ¿Qué fue lo que nos pasó? ¿De verdad sólo existe el trabajo y ahora la deuda?
Pienso en el Antiguo Testamento, en el libro de los Proverbios, el más maligno de todos los libros, que dice: “La pereza hunde en la somnolencia y el alma apática pasará hambre”.[13] Desde ahí supongo ya que estamos condenados al infierno del trabajo, a pesar de que Jehová en medio de sus creaciones nos ofrezca una serie de contradicciones como el hecho de que él mismo “dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad”.[14] A pesar de esto, a Adán lo condenó a ganar el pan con el sudor de su frente. Y luego, su unigénito, “Cristo, en su sermón de la montaña, predicó la pereza: "Miren cómo crecen los lirios en los campos; ellos no trabajan ni hilan, y sin embargo, yo les digo: Salomón, en toda su gloria, no estuvo nunca tan brillantemente vestido".[15] Lo que podemos observar es una indecisión divina que nos carga a todos.
Paul Lafargue en su libro El derecho a la pereza defendió la concepción de que el trabajo es el resultado de una imposición del capitalismo, contrariamente a la idea tradicional de reivindicación obrera y la contrapuso a los derechos de la pereza, más acordes con los instintos de la naturaleza humana, con los que se alcanzarían los derechos al bienestar y la culminación de la revolución social. De hecho, escribe:
Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo.
          
La invención moral juega el papel económico muy importante, pues es ella la que asegura una nueva jerarquía de los valores que hace co-producir y co-consumir a fuerzas diferentes, es decir, la introducción del pecado en la pereza fue un hecho enorme para la consecución del sometimiento del hombre. Desde entonces, no tendríamos derecho a no hacer nada porque esa nada estaría contaminada de pecado, y según Cipriano de Cartago, Juan Casiano, Columbano de Luxeuil y Alcuino de York, ese sería el peor de los pecados. La pereza o acidia, como se le conocía está referida a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. La “tristeza de ánimo” referida a Dios es justo la que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Para nosotros la contradicción radica en que el trabajo se ha convertido en la fuente del problema pues estamos compulsivamente atrapados en la necesidad de trabajar, entonces nuestro problema económico se ve automáticamente subordinado al problema ético-político.[16]
         Como ha escrito Lazzarato:
La lucha de clases en Europa, como ha ocurrido en otras partes del mundo, se manifiesta y se concentra hoy en torno a la deuda […] La relación acreedor-deudor, que define la relación de poder específica de las finanzas, intensifica los mecanismos de explotación y dominación de manera transversal, ya que no existe distinción alguna entre trabajadores y desempleados, consumidores y productores, activos e inactivos. Todos son "deudores", culpables y responsables frente al capital, que aparece como el Gran Acreedor, el Acreedor universal. […] A través de la deuda pública, la sociedad entera está endeudada, lo cual no impide, sino que agrava todavía más las "desigualdades", es decir, las "diferencias de clase".[17]

Antes de que el desdoro universal se centrara en la pereza, ella gozaba de cabal salud: la pereza era el centro de la diferencia, la diferencia misma que dividía al mundo de la acción en las labores productivas y las del alma. El divino Platón escribió en La República que
La naturaleza no ha hecho al zapatero ni al herrero; tales ocupaciones degradan a los que las ejercen: viles mercenarios, miserables sin nombre, que son excluidos por su mismo estado de los derechos políticos. En cuanto a los negociantes, habituados a mentir y engañar, serán tolerados en la ciudad como un mal necesario.[18]  

Y Aristóteles en la Política un poco repite:
Y puesto que nos encontramos investigando sobre el régimen mejor, y éste es aquel bajo el cual la ciudad sería especialmente feliz, y la felicidad, se ha dicho antes, sin virtud no puede existir, es evidente […] que en la ciudad más perfectamente gobernada y que posee hombres justos en sentido absoluto y no relativo al principio de base del régimen, los ciudadanos no deben llevar una vida de trabajador manual, ni de mercader (pues esa forma de vida es innoble y contraria a la virtud), ni tampoco deben ser agricultores los que han de ser ciudadanos (pues se necesita ocio para el nacimiento de la virtud y para las actividades políticas).[19]

Según Plutarco, como nos instruye Lafargue, el gran mérito de Licurgo, "el más sabio de los hombres", para admiración de la posteridad, fue el de haber brindado ocio a los ciudadanos de la república prohibiéndoles todo oficio.[20] Los ejemplos se pueden multiplicar. Lo que es claro es que para el mundo griego y romano la pereza no era algo grave, sino que incluso fue un distintivo de la virtud. Luego vinieron los malos tiempos, y con el cristianismo se allegaron los malos vientos, y el mundo se convirtió en una enorme fábrica, en un gran centro comercial donde siempre se piensa que hay todo para todos, es decir, la creencia en que está todo aquello que nos hará felices, si tan solo fuéramos capaces de salirnos del ciclo de la fabricación-producción-consumo-deuda. Kafka supo perfectamente que la subjetividad de consumidor-deudor sería inscrita en el cuerpo y por ende en el alma del sujeto-sujetado cuando escribió La cárcel penitenciaria, ahí, con punzones de acero se inscribía en el cuerpo la deuda de la promesa incumplida.
Tom Hodgkinson, autor del libro Elogio de la pereza y fundador de la revista The Idler,[21] considera su obra como "el manifiesto definitivo contra la enfermedad del trabajo". En el texto da fórmulas para sacarse el trabajo del cuerpo, ahí defiende el escaqueo (la capacidad de eludir la obligación del trabajo) como un arte que imperiosamente necesita de la cooperación de los otros y suscribe la decisión del grupo anarquista Decadent Action de instaurar los lunes como "el día de llamar al trabajo y decir 'estoy enfermo".[22]
Estos libros, como la película “El gran Lebowski”, han generado movimientos sociales muy interesantes, por ejemplo, la obra de Tom Hodkinson, produjo en Austria la Sociedad por la Desaceleración del Tiempo que busca el eigenzeit (el propio tiempo); en Japón, el Sloth Club con su eslogan “Lo lento es bello”; en Estados Unidos, Take Back Your Time aspira a convertirse en una plataforma social de activistas del tiempo. Asiáticos y anglosajones miran de reojo y con envidia la vida mediterránea: la España de la siesta, la Italia de la dolce vita. Aunque estos no sean más que meros mitos para turistas desprevenidos como dice Karelia Vázquez.[23] La película de “El gran Lebowski” produjo el movimiento llamado el Dudeismo que trata de imitar la forma de vida que muestra “The Dude”. El Dudeismo es ahora una nueva religión “También conocida como ‘La Iglesia del Dude de los Últimos Días’ (The Church of the Latter-Day Dude), la organización ha ordenado 50.000 ‘sacerdotes dudeistas’ (Dudeist Priests) en todo el mundo”.
Y no obstante, la vida se ha ido convirtiendo en un juego de luchas, como dice Lazzarato, no porque el poder la transforme en su objeto, como lo pensaron tanto Foucault como Agamben, sino al contrario, “porque el principio de cooperación, de coproducción, que está en el fundamento de la vida biológica y de la vida en general, tiende a ampliarse continuamente. La invención y la imitación, la diferencia y la repetición, modalidades de la acción de los vivientes, ya no están limitadas por codificaciones políticas como en las sociedades antiguas. La vida es un juego de luchas porque la separación entre trabajo y ocio, libertad y necesidad, entre zoé y biós tiende a desvanecerse”.[24]
         ¿Qué tenemos hoy? Una vida precaria. Como dice Lazzarato:
Hoy, prácticamente el 80% de los nuevos contratados tienen contratos precarios. ¿Qué quiere decir hacer una huelga cuando hay millones de personas en una situación precaria? ¿Cómo se hace para organizar la precariedad? […] El problema es que no logramos interceptar la movilidad del capital. Antes el uso de la fuerza frenaba la producción”.[25]

Hoy parece imposible. En medio de este control social, del endeudamiento sin precedente en la historia de los países, y de este consumismo feroz, a nadie le preocupa la pereza, quizá el último reducto de oposición real al establishment.
















[1] Gilles Deleuze, “Post-scriptum sur les sociétés de contrôle”, L’Autre journal, 1 mayo de 1990 [“Post-scriptum sobre las sociedades de control”, en Conversaciones, 1972-1990, op. cit.]
[2] Cf. Michel Foucault, Vigilar y castigar, el nacimiento de la prisión, Ed., Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
[3] Cf. Gilles Deleuze, “Posdata sobre las sociedades de control”, en Christian Ferrer (Comp.) El lenguaje literario,Montevideo: Tº 2 Ed. Nordan, 1991.
[4] Cfr., Tomado de Viviane Bagiotto Botton, Algoritmos, deuda y el empresariado de mí mismo, manuscrito. Ahí mismo la autora cita a Deleuze y Guattari, Caosmosis, Manantial, Buenos Aires, 2001.
[5] [5] Lazzarato, entrevista a Pedro Lipcovich, En: http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-158972-2010-12-20.html, consultado el 26 de septiembre de 2016.
Maurizio Lazzarato, La fábrica del hombre endeudado,  ensayo sobre la condición neoliberal, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2013,
[6] Ídem.
[7] Cfr., Pedro Lipcovich, entrevista a Maurizio Lazzarato, en
 http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-158972-2010-12-20.html , “El consumidor es objeto de diferentes dispositivos de poder: la publicidad, el marketing, la televisión, las redes sociales, impulsan a las personas a construir sus objetos de deseo. El neoliberalismo, a la vez que acrecienta la desigualdad de ingresos entre las clases sociales, cada vez más empuja a las personas a consumir, como si el acceso al consumo fuese posible para todo el mundo. Los objetos de deseo, las mercancías, están siempre disponibles... en imágenes”. Visto el 16 de octubre de 2016.
[8] Cfr., Lazzarato, “Potencias de la invención. La cooperación entre cerebros”, Título original: Puissances de l'invention. La psychologie économique de Gabriel Tarde contre l'économie politique. Traducción al español, Ernesto Hernández B., Publicado por Les empêcheurs de penser en rond, Ed., Le seuil, Paris, abril de 2002.
[9] Cfr., Luisgé Martín, “Elogio de la pereza”, visto en http://elpais.com/elpais/2012/05/29/opinion/1338317588_867296.html el 15 de octubre de 2016.
[10] Ídem.
[11] Janet Maslin, «A Bowling Ball's-Eye View of Reality», The New York Times, 6 de marzo de 1998. Consultado el 16 de octubre de 2016.
[12] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille Plateaux, París, ed. de Minuit, 1980, p. 268. Deleuze y Guattari hacen notar, como Tarde en otra parte, que la superación del individualismo y del holismo no puede por la intersubjetividad, la interacción. En español: Mil Mesetas, Pretextos, 1994.  p. 611. Deleuze y Guattari señalan que “esta observación no va ciertamente contra la teoría marxista de la plusvalía”. Nosotros podemos compartir esta afirmación solamente si suponemos la primacía de la dinámica inventiva y constitutiva de la cooperación entre cerebros. En ese caso, podemos comprender la división del trabajo como una captura, una reducción de esta última al “trabajo”. Podemos legítimamente dudar que ese sea el punto de vista de Marx y sobre todo de los marxistas.
[13] Proverbios, 19-15
[14] Paul Lafargue, El derecho a la pereza, en https://www.marxists.org/espanol/lafargue/1880s/1883.htm visto el 16 de octubre de 2016.
[15] Ídem.
[16] Entrevista a Maurizio Lazzarato, “Capitalismo y resistencia en los tiempos del ‘hombre endeudado’.” En http://www.idaes.edu.ar/papelesdetrabajo/paginas/Documentos/n14/4.%20Entrevista%20Lazzarato.pdf visto el 13 de octubre de 2016.
[17] Maurizio Lazzarato, “Introducción del libro” La fabrique de l’homme endetté. Essai sur la condition néolibérale, La fabrica del hombre endeudado en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=141468 visto el 14 de octubre de 2016.
[18] Cfr., Platón, República VIII 550D, 556B, sobre la vida de ocio de las clases dirigentes en una oligarquía. Asimismo, la exclusión de los trabajadores manuales, de los mercaderes y
de los agricultores se encuentra en Platón, República II 370b-d; III 394e; Leyes VIII 846a; 847b-c.
[19] Aristóteles, Política, 1328b 3 - 1329a
[20] Paul Lafargue, El derecho a la pereza, en https://www.marxists.org/espanol/lafargue/1880s/1883.htm visto el 16 de octubre 2016.
[21] Textualmente, “El Vago”.
[22] Cfr., Karelia Vázquez, “El triunfo de la lentitud”, en http://elpais.com/diario/2006/11/05/eps/1162711613_850215.html visto por última vez el 13 de octubre de 2016.
[23] Cfr., ídem.
[24] Cfr., Mauricio Lazzarato, “Potencias de la invención. La cooperación entre cerebros”, Título original: Puissances de l'invention. La psychologie économique de Gabriel Tarde contre l'économie politique. Traducción al español, Ernesto Hernández B., Publicado por Les empêcheurs de penser en rond, Ed., Le seuil, Paris, abril de 2002.
[25] Mauricio Lazzarato, “Capitalismo financiero: vida precaria”, en